Hoy cuando cruzaba las Barrancas para ir al club a cumplir con los entrenamientos como todos los días, cargando mi bolso, ví a unos chicos de mi edad jugando... algunos a la pelota, otros con sus bicicletas, otros sentados, simplemente charlando...
Me quedé un rato largo mirándolos, me senté en el pasto y me puse a pensar. ¡Qué ganas de salir corriendo y mezclarme entre ellos...! ¿Por qué no puedo jugar con esos chicos...? ¿por qué tengo que entrenar todos los días...?
Pero siento tu voz, papá, que me dice... "tenés que cumplir con tus obligaciones... ya sos grande..."
Pero yo tengo ganas de correr, de charlar como ellos... Sé que no puedo... Mi conciencia me dice: "dentro de treinta minutos debo estar entrenando".
Ya sé, papá... y no soy un chico.. tengo que entenderlo.
¡Entender qué, papá! Se me pasaron los mejores años entre durísimos entrenamientos y difíciles partidos, esos partidos que a vos te ponen tan contento.
Viendo tu cara de felicidad cuando la gente se acerca y poniendo la mano en tu hombro te dice: "¡Qué fenómeno su hijo!"
Coleccionando trofeos que mostrarás orgulloso cuando viene la gente a casa, o viendo esos recortes de diarios y revistas que hablan de mí, y que "casualmente" tenés siempre a mano para mostrar.
¿Qué tengo que entender, papá...? Que soy un campeón...
Seguramente no pasó nunca por tu cabeza... pero hoy te lo voy a decir: "Soy un extraordinario deportista, soy el mejor, soy un campeón".
Pero también soy un chico que no tuvo infancia, porque vos me la robaste.
Ahora ya es tarde... hoy sí... te o voy a decir... devolveme la niñez que me sacaste... "yo te devuelvo al campeón que vos inventaste". ¿No sabés, papá, que la niñez es la más hermosa etapa de la vida...? Y que cuando pasa... no vuelve más...
Apenas llegue a casa te lo digo... no, mejor te dejo una carta sobre tu almohada...
Tal vez no te enteres nunca, papá.
Huyyy... ¡qué tarde...! dentro de cinco minutos debo estar entrenando.
Si Ud. quiere tener un campeón en la familia... entrénese, deje que su hijo sea feliz.
Dios en su extrema sabiduría observando al hombre, notó que además de la esposa, de los padres y de los hijos necesitaba a alguien para completar su felicidad, entonces resolvió crear alguien muy especial.
Para eso Él resolvió juntar algunas buenas cualidades y formar esa persona muy especial:
Juntó la paciencia, la comprensión, el cariño y el amor que son típicos de la madre. Colocó un poco de determinación, de fuerza, de decisión, sacados del padre. Y viendo que todavía faltaba algo, mezcló con todo eso la pureza, la espontaneidad, la alegría, la irreverencia y la sinceridad de los niños. Para dar el retoque final Él añadió la paciencia y la moderación de los abuelos.
De esto surgió un alguien muy especial, importante y fundamental, en la vida de todos nosotros. De toda esa mezcla de buenas cualidades y de todo lo que es bueno, ¡surgió el amigo!
“Todo lo que he visto me enseña que debo confiar en Dios a quien no he visto."
Algunas veces, las personas llegan a nuestras vidas y rápidamente nos damos cuenta de que ésto pasa porque debe de ser así, para servir un propósito, para enseñar una lección, para descubrir quienes somos en realidad, para enseñarnos lo que deseamos alcanzar.
Tú no sabes quiénes son estas personas, pero cuando fijas tus ojos en ellas, sabes y comprendes que afectarán tu vida de una manera profunda.
Algunas veces te pasan cosas que parecen horribles, dolorosas e injustas, pero en realidad entiendes que si no superas estas cosas nunca habrías realizado tu potencial, tu fuerza, o el poder de tu corazón.
Todo pasa por una razón en la vida. Nada sucede por casualidad o por la suerte... Enfermedades, heridas, el amor, momentos perdidos de grandeza o de puras tonterías, todo ocurre para probar los límites de tu alma.
Sin estas pequeñas pruebas la vida sería como una carretera recién pavimentada, suave y lisa. Una carretera directa sin rumbo a ningún lugar, plana, cómoda y segura, más empañada y sin razón.
La gente que conoces afecta tu vida; las caídas y los triunfos que tú experimentas crean la persona que eres.
Inclusive se puede aprender de las malas experiencias. Es más, quizás sean las más significativas en nuestras vidas.
Si alguien te hiere, te traiciona o rompe tu corazón, le das las gracias porque te ha enseñado la importancia de perdonar, de dar confianza y de tener más cuidado de a quien le abres tu corazón.
Si alguien te ama, ámalo tu también no porque él o ella te ame, sino porque te han enseñado a amar y a abrir tu corazón y tus ojos a las cosas pequeñas de la vida.
Haz que cada día cuente y aprecia cada momento, además de aprender de todo lo que puedas, porque quizás más adelante no tengas la oportunidad de aprender lo que tienes que aprender de este momento.
Entabla una conversación con gente con quien no hayas dialogado nunca, escúchalos y presta atención.
Permítete enamorarte, liberarte y poner tu vista en un lugar bien alto.
Mantén tu cabeza en alto porque tienes todo el derecho de hacerlo. Repítete a ti mismo que eres un individuo magnífico y créelo; si no crees en ti mismo nadie más lo hará tampoco.
Crea tu propia vida, encuéntrala y luego vívela... No olvides que Dios tiene un plan maravilloso para cada uno de nosotros, y debemos aprender a descubrirlo.
(Autor desconocido)
Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.
Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran irisados, deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo. Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón (porque también las cebollas tienen su propio corazón), un piedra preciosa. Ésta tenía un topacio, la otra un aguamarina, aquella un lapislázuli, de las más allá una esmeralda ... ¡Una verdadera maravilla!
Pero por una incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgares.
Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una - ¿Por qué no eres como eres por dentro? Y ellas le iban respondiendo: -Me obligaron a ser así... -Me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran.... Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras. Al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.
Reflexión:
Cuántas veces en nuestro diario existir ocultamos la hermosura de nuestro corazón y hasta llegamos a avergonzarnos de nuestro auténtico sentir, sólo por pensar en el qué dirán. Y comenzamos , como la cebolla a recubrirnos de capas y capas de horrible Ego... Que sólo nos ocasionan dificultades y mucho dolor, al no mostrarnos como realmente somos.
Y es así como luego depositamos la responsabilidad de nuestro dolor, afuera sin darnos cuenta que es el producto de todas esas capas que hemos creado olvidándonos de nuestra propia esencia. Seamos auténticos, transparentes, vivamos en y por Amor.
No lloremos ante la presencia de un corazón radiante de Amor y felicidad, pues lo sabio es dejar que ese Amor fluya sin importar lo que digan, piensen o hagan los demás.
Charles Plumb era piloto de un bombardero en la guerra de Vietnam. Después de muchas misiones de combate, su avión fue derribado por un misil. Plumb se lanzó en paracaídas, fue capturado y pasó seis años en una prisión norvietnamita.
A su regreso a Estados Unidos, daba conferencias relatando su odisea, y lo que aprendió en la prisión. Un día estaba en un restaurante y un hombre lo saludó:
"Hola, usted es Charles Plumb, era piloto en Vietnam y lo derribaron, verdad?"
"Y usted, cómo sabe eso?", le preguntó Plumb.
"Porque yo empacaba su paracaídas. Parece que le funcionó bien, verdad?"
Plumb casi se ahogó de sorpresa y gratitud: "Claro que funcionó, si no hubiera funcionado, hoy yo no estaría aquí."
Plumb no pudo dormir esa noche, preguntándose: "Cuantas veces lo vi en el portaviones y no le dije ni buenos días, porque yo era un arrogante piloto y él era un humilde marinero?" Pensó también en las horas que ese marinero pasaba en las entrañas del barco enrollando los hilos de seda de cada paracaídas, teniendo en sus manos la vida de alguien que no conocía. Ahora, Plumb comienza sus conferencias preguntándole a su audiencia: "Quién empacó hoy tu paracaídas?".
Todos tenemos a alguien cuyo trabajo es importante para que nosotros podamos salir adelante. Uno necesita muchos paracaídas en el día: uno físico, uno emocional, uno mental y hasta uno espiritual. A veces, en los desafíos que la vida nos lanza a diario, perdemos de vista lo que es verdaderamente importante y las personas que nos salvan en el momento oportuno sin que se lo pidamos.
Dejamos de saludar, de dar las gracias, de felicitar a alguien o aunque sea, decir algo amable sólo porque si. Hoy, esta semana, este año, cada día, trata de darte cuenta quién empaca tu paracaídas, y agradécelo. Todos necesitamos de todos, por eso demuéstrales tu agradecimiento con una llamada, una sonrisa, con un gracias o con un te quiero, con un......
...Que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.
Una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud.
Una mujer, que si es ignorante, descubre con más acierto los secretos de la vida que un sabio, y si es instruída se acomoda a la simplicidad de los niños.
Una mujer, que siendo pobre se satisface con los que ama, y siendo rica daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.
Una mujer que siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste a veces con la bravura de un león.
Una mujer que mientras vive no la sabemos estimar, porque a su lado todos los dolores se olvidan, pero después de muerta daríamos todo lo que poseemos por mirarla de nuevo un sólo instante, por recibir de ella un solo abrazo, por escuchar un sólo acento de sus labios.
De esa mujer no me pidas el nombre, si no quieres que empape en lágrimas el pañuelo... esa mujer yo la vi por el camino. ¡Es mi madre!
Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla.
Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decía: "Le quedan dos meses de vida". Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean."
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró que en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado.
Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es; sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar.
Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión. Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior.
Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que sólo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser ÉL: amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.
Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: "Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos."
Acuerdate de "Ser Feliz", cada dia como si fuera el último.
Porque con una palabra podemos perder o ganar un amigo.
Así pues, tenemos que cuidar que cada tramo esté bien construído, que no sea resbaladizo, que no esté carcomido, que no provoque más caídas o problemas en nuestra relación con los demás.
Alguien dijo una vez: "Las palabras son los peldaños de la escalera de nuestra comunicación". De ahí que elijamos bien nuestras palabras, ya que:
Una palabra cualquiera puede ocasionar una discordia.
Una palabra cruel puede destruir una vida.
Una palabra amarga puede provocar odio.
Una palabra brutal puede romper un afecto.
Una palabra agradable puede suavizar el camino.
Una palabra a tiempo puede ahorrar un esfuerzo.
Una palabra alegre puede iluminar el día.
Una palabra con amor y cariño puede cambiar una actitud.
Querida Amiga:
Cuando veas que mis pies se hunden en el fango del camino ancho; Avísame.
Cuando al hablar yo denuncie la paja y veas que en mi ojo está la viga; Háblame.
Cuando para alguien sea tropiezo, mientras mi orgullo se aumenta; Dímelo.
Cuando veas que mi lengua se levanta y habla y dice lo que no edifica; Corrígeme.
Cuando veas que tropiezo, me hundo, caigo, destrozo, lastimo, lucho y me pierdo; Grítame.
Cuando me veas andar por el camino sin luz; Adviérteme.
Cuando me veas débil, caído, perdido, lejos del camino que Dios me trazó; Enderézame.
Pero sobre todo; Ámame.
Urgente...
es una palabra con la que vivimos día a día en nuestra agitada vida y a la cual le hemos perdido ya todo significado de premura y prioridad.
Urgente...
es ya, un ritmo de vida... una forma de "pasar" la vida.
Urgente...
es la manera mas pobre de vivir sobre este mundo, porque el día que nos vamos, dejamos pendientes las cosas que verdaderamente fueron urgentes.
Urgente...
es que hagas un alto en tu ajetreada vida y por un instante te veas y te preguntes: ¿qué significado tiene todo esto que hago?
Urgente...
es que te detengas y veas... ¡cuán grande eres!
Urgente...
es que cuando camines por la calle, levantes la vista, voltees y mires a tu alrededor; observa el cielo, los árboles, las aves... ¡a la gente!.
Urgente...
es que seamos más humanos... ¡más hermanos!
Urgente...
es que sepamos valorar el tiempo que nos pide un niño.
Urgente...
es que no se te vaya la vida en un soplo y que, cuando mires atrás, no seas ya un anciano que no puede regresar el tiempo...
Hubo un momento en el que la noche parecía eterna y hoy todo eso parece tan lejano.Hubo un momento en el que nada de lo que hacías resultaba, cuando de pronto apareció la respuesta.Hubo un momento en el que dejaste de creer en el amor y de repente tucorazón, con más intensidad que nunca, lo encontró de nuevo.Hubo un momento en el que por el desierto se esparcían tus palabras y hoy dan retoño sus semillas.Hubo un momento en el que creíste que era lo peor que te podía pasar y hoy agradeces tu destino.Hubo un momento en el que jurabas que no podrías pasar esa prueba y hoy es tan sólo un paso más.Hubo un momento en el que creíste que no podías hacer algo y hoy te sorprendes de lo bien que lo haces.Hubo un momento en el que los monstruos y los ogros intimidaban tu vida y hoy sonríes al ver cómo tus miedos engrandecían sus sombras.Nunca olvides que la vida es más grande que tus miedos, que tu fuerza es mayor que tus dudas.Aunque tu mente esté confundida, tu corazón siempre sabrá la respuesta, y con el tiempo, lo que hoy es difícil, mañana será un tesoro.
Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue realidad o solamente un sueño. Sólo recuerdo que ya era tarde y estaba en mi sofá preferido, con un buen libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y empecé a cabecear…
En algún lugar entre la semi-inconsciencia y los sueños, me encontré en aquel inmenso salón que no tenía nada en especial, salvo una pared llena de tarjeteros como los que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros iban del suelo al techo en ambas direcciones y parecían interminables.
Tenían diferentes rótulos. Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado “Muchachas que me han gustado”. Lo abrí descuidadamente y empecé a pasar las fichas.
Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una de ellas: ¡se trataba de las muchachas que a mí me habían gustado!
Sin que nadie me lo dijera, empecé a sospechar dónde me encontraba. Este inmenso salón, con sus interminables ficheros, era un crudo catálogo de toda mi existencia.
Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria había ya olvidado.
Un sentimiento de expectación y curiosidad, acompañado de intriga, empezó a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su contenido.
Algunos me trajeron alegría y momentos dulces; otros, por el contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que tuve que volverme para ver si alguien me observaba.
El archivo “Amigos” estaba al lado de “Amigos que traicioné” y “Amigos que abandoné cuando más me necesitaban”.
Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo: “Libros que he leído”, “Mentiras que he dicho”, “Consuelo que he dado”, “Chistes que conté”, otros títulos eran: “Asuntos por los que he peleado con mis hermanos”, “Cosas hechas cuando estaba molesto”, “Murmuraciones cuando mamá me reprendía de niño”, “Videos que he visto”…
Los títulos no dejaban de sorprenderme…
En algunos ficheros había muchas más tarjetas de las que esperaba y otras veces menos de lo que yo pensaba. Estaba atónito del volumen de información de mi vida que había acumulado. ¿Sería posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de tarjetas? Pero, cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una estaba escrita con mi letra, cada una llevaba mi firma.
Cuando vi el archivo “Canciones que he escuchado” quedé atónito al descubrir que tenía más de tres cuadras de profundidad y, ni aun así vi su fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino por la gran cantidad de tiempo que demostraba haber perdido.
Cuando llegué al archivo “Pensamientos lujuriosos”, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué un afucha al azar y me conmoví por su contenido.
Me sentí asqueado al constatar que “ese” momento, escondido en la oscuridad, había quedado registrado… No necesitaba ver más…
Un instinto animal afloró en mi. Un pensamiento dominaba mi mente: nadie debe ver esas tarjetas jamás. Nadie debe entrar jamás a este salón. Tengo que destruirlo.
En un frenesí insano arranqué un cajón, tenía que vaciarlo y quemar su contenido. Pero descubrí extraer ni una sola tarjeta del cajón.
Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, sólo para descubrir que eran más duras que el acero cuando intentaba arrancarlas. Vencido y completamente indefenso, devolví el cajón a su lugar.
Apoyando mi cabeza en el interminable archivo, testigo invencible de mis miserias, empecé a llorar. En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación:
“Persona con las que he compartido el Evangelio”. La manija brillaba, al abrirlo encontré menos de diez tarjetas.
Las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un nuevo pensamiento cruzaba mi mente: nadie debe entrar al salón, necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre.
Y mientras me secaba las lágrimas, lo vi. ¡Oh,no! ¡por favor no! ¡Él no! ¡cualquiera menos Jesús!
Impotente vi como Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ve su reacción. En ese momento no deseaba encontrarme con su mirada.
Intuitivamente Jesús se acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos todos? Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo bajé la cabeza de vergüenza, me llevé las manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. Él se acercó, puso sus manos sobre mis hombros. Pudo haber dicho muchas cosas. Pero Él no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio.
Era el día en que Jesús guardó silencio… y lloró conmigo.
Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno por uno, , y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío.
¡No!, le grité corriendo hacia Él. Lo único que atiné a decir fue solo ¡no! ¡no! ¡no! cuando le arrebaté la ficha de su mano. Su nombre no tenía por qué estar en esas fichas. No eran sus culpas ¡eran las mías! Peo allí estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío, escrito con su propia sangre. Tomó la ficha de mi mano, me miró con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas.
No entiendo cómo lo hizo tan rápido. Al instante siguiente lo vi cerrar el último archivo y venir a mi lado.
Me miró con ternura a los ojos y me dijo: “Consumado es, está terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa”. En eso, salimos juntos del salón… salón que aun hoy permanece abierto… porque todavía faltan más tarjetas que escribir.
Aun no se si fue un sueño, una visión o una realidad… Pero, de lo que sí estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón, encontrará más fichas con que alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.