viernes, diciembre 01, 2006

• Marina, la ostra

Todas las circunstancias de la vida pueden sufrir transformaciones y nosotros con la ayuda de Dios, tendremos en nuestras manos la fuerza de poder realizarlas. Un dolor, un amor, una tristeza o una alegría se pueden convertir en algo maravilloso. Si no lo creen lean la historia de Marina...

Marina, como todas las ostras, se posó en el fondo del mar aferrada a una roca, pensó que iba a ser como todas las demás ostras, abriría sus valvas, dejaría que pasara el agua y cuando algo importante entrara en ella la cerraría, lo desintegraría para luego asimilarlo, pasaría su vida en esa forma.

Pero Dios quería que fuera valiosa. Un día, que estaba con las valvas abiertas una tormenta en el fondo del mar, de esas que no se notan en la superficie, arrastra dentro de Marina un granito de arena con muchas puntas; Marina lo trató de desintegrar, pero fue imposible, se lastimó mucho por dentro, pero no pudo asimilarlo, lo trató de escupir pero tampoco pudo, así empezó la verdadera y profunda historia de Marina.

No podía asimilar ni sacar ese cuerpo extraño que había entrado en su vida, intentó olvidarlo pero no pudo, las cosas de la vida no se pueden olvidar, ni escupir ni decir que no existen más.

La pobre Marina no podía olvidar esa realidad dolorosa; nosotros diríamos que lo único que podría hacer es empezar una lucha sorda, una lucha embroncada contra esa realidad generando pus que se iría agrandando y un día explotaría envenenando su vida y la de todos los que la rodeaban.

Pero, en lugar de eso Marina tenía otra capacidad por instinto: la de producir sólido, esa capacidad la utilizan las ostras para construir el caparazón, lisito por dentro y áspero por fuera, agresivo, hiriente, como las personas; lisito para su propia piel amoldado a sus formas, rugoso para el que se arrime.

Pero una ostra cuando es valiosa suspende la construcción de su caparazón y se vuelca a ese granito de arena que no puede digerir, ni escupir, su capacidad de bello y lindo lo dedica a rodear ese granito que la está hiriendo y fabrica una perla con lo mejor de sí misma, curiosamente pone toda su capacidad de hacer caparazón en fabricar una perla, que será proporcional al dolor que le provoque y a la intensidad de la lucha.

Las demás ostras ven suspender la construcción del caparazón, pasa desapercibido el crecimiento interior, suspende su capacidad de defensa pero crece por dentro. Pasaron los años, Marina murió.

Tiempo después bajaron con canastos a recoger las ostras, en un día de sol espléndido las llevaron a la superficie, las colocaron sobre el barco y los marineros las empezaron a abrir, muchas estaban vacías otras con rastros de algo que se estaba formando, otras con pequeñas perlas.

Cuando la abrieron a Marina, una gran perla del tamaño de una cereza rodó por la cubierta y al contacto con el sol erizó en colores, en una belleza de forma y color, que los marineros quedaron extasiados.

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